Algunas contradicciones de los nuevos programas de Estudios Sociales

José Solano Solano

13 de Enero de 2014

Ya se han expuesto vigorosamente las críticas hacia los nuevos programas de Estudios Sociales. Los educadores, organizados o no, han dado sus criterios respecto a este intento “reformista” de Leonardo Garnier al probable cierre de su gestión ministerial. Sea cual sea el panorama, hay una realidad que maneja la mayoría del cuerpo docente en la asignatura de los Estudios Sociales: impedir a toda costa que los programas se implementen. Sin embargo, el ministro asevera que su “nueva reforma” va porque va.

 

Hay, además, un consenso generalizado entre los educadores de que los actuales programas necesitan ser mejorados y adaptados a las diferentes realidades que se viven en el país, pero de ahí a desarrollar los nuevos hay un largo trecho, casi infinito. Es más que necesario el abordaje de una nueva pedagogía, que implica a su vez grandes transformaciones metodológicas y evaluativas, mas debe partirse de otros preceptos que, argumentativamente, no están incluidos en estos nuevos programas. Es necesario, pues, hablar de las contradicciones que se encierran en ellos.

 

Un primer fundamento contradictorio es respecto a la epistemología misma que lo sustenta. Una pedagogía importada (nada nuevo) cuya base radica en poderosas transnacionales de la informática y en organismos financieros del nuevo orden mundial, deja mucho que desear sobre el tipo de personas que se esperan para la sociedad. La ética, la estética y la ciudadanía es la del mercado, la de una persona que sepa obedecer sumisamente, “basado en los principios de la posmodernidad” y del “respeto por las reglas legítimamente establecidas”. La contradicción radica en el tipo de persona que se pretende respecto a la vida social que existe realmente: una sociedad profundamente pesimista, desarraigada y descontenta de la democracia liberal. ¿Cómo puede esperarse un ciudadano distinto cuando las cúpulas gobernantes están sumidas en la corrupción? ¿Debe la ciudadanía respetar las normas cuando se dan robos y complacencias descaradas de los representantes del pueblo?

 

El segundo elemento contradictorio es el metodológico. “El taller como espacio de diálogo” pierde sentido cuando deben abarcarse una serie de contenidos temáticos que culminarán en una evaluación sumativa. El educador, al igual que en Cívica, se enfrenta a un dilema fundamental: abarcar los contenidos o abordar los talleres. Por ejemplo, al observarse el contenido temático de los nuevos programas, puede notarse que realmente no hubo una disminución de los temas por estudiar en clase: lo que se dio fue una eliminación importante en Historia y Geografía, para ser sustituidos por tópicos poco relevantes. Entonces, trabajar constructivamente el taller implica una mayor cantidad de tiempo, lo cual provocaría que no pueda ser abarcado en su totalidad.

 

Finalmente, se halla el aspecto evaluativo, muy relacionado con el metodológico. Es absolutamente incongruente que se desarrolle la técnica de taller junto a un examen eminentemente sumativo. La razón es lógica, si lo que se pretende es una educación más activa, participativa y constructiva, es imposible que se realice un examen donde el estudiante deposita, de forma memorística, los contenidos que haya visto en el desarrollo de las lecciones. Esto llevaría a un desperdicio de los posibles logros alcanzados en las ricas actividades grupales que pretenden llevarse a cabo en las aulas (o fuera de ellas).

 

Es contradictorio, por tanto, pretender que los jóvenes desarrollen un pensamiento crítico cuando se sigue estimulando la memorización de objetivos y contenidos. Esta mecanización de maquila sólo conlleva a la formación de autómatas insensibles a la realidad presente y pasada. El educador tiene la espada de Damocles directamente en el cuello: o trata de llevar a cabo talleres participativos y creativos, o se sigue preparando a los estudiantes para los exámenes de siempre que, al final de cuentas, determinan al joven y su posibilidad o no de avanzar en el sistema.

 

Educación Cívica es el precedente de la mediocridad, de las contradicciones, del absurdo. Deben realizarse cambios en el programa actual de Estudios Sociales: fomentar realmente la criticidad y propiciar los cambios sistémicos. Sin embargo, el intento de reforma plantea un retroceso, una emulación pavorosa de los programas que pretenden “formar buenos ciudadanos”. Debe crearse un modelo de educación distinto, pero debe consultarse a los sujetos mismos del proceso: educadores y educandos. No puede hacerse de forma atropellada e impuesta.

 

¿Cómo es posible que las editoriales ya estén trabajando en los textos antes de haberse aprobado los programas? Esto deja claro algo: el ministro está haciendo un circo de consultas que, con arrogancia y prepotencia, sólo demuestra que le interesa poco o nada lo que las universidades públicas y los educadores del área tengan que decir al respecto. 

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