El juicio de Pilatos o de la estulticia del fiscal Chavarría

José Solano Solano

27 de Junio de 2015

En aquellos días, del año dos del gobierno de la Hija Predilecta de la Negrita, Laura Chinchilla Miranda, una pacífica manifestación de asegurados decide protestar por las pésimas condiciones de salud en la insulae occidental del Valle Central. Chinchilla decide montar un coliseo en plena Avenida Segunda, la Vía Máxima, y suelta a sus bestias para que devoren vilmente a los manifestantes. Con el pulgar abajo, Chinchilla se vanagloria mientras la sangre, los golpes y los gritos recorren el lugar. Una sinfonía del horror en la idílica pax costarricense. Un espectáculo de monigotes con garrote atacando ancianos, jóvenes y niños inermes.

 

Año dos del reinado del Divino Selfie Solís. Al Fiscal General Jorge Chavarría le llega una turba de rastreros acompañados por las legiones imperiales que, uno a uno, frente al fiscal, acusaban a seis personas de disturbios y agresiones a oficiales en la Vía Máxima de Costa Rica. Y no solo eso, en aquellos días, las legiones dijeron que aquellos manifestantes les habían agredido brutalmente y que, por tanto, atacar a un centurión del imperio de la ley implicaba la pena máxima.

 

Chavarría, al ver y oír aquello, los envió ante los tribunales con acusación de gravedad y Celso Gamboa, gobernador de aquellos claustros de la injusticia, mandó a azotarlos con la furia de los látigos mediáticos. Y cuarenta y tantos medios fustigaban con azotes que descarnaban la dignidad de aquellos. Y luego fueron regresados ante Chavarría para que fuesen condenados según el divino imperio de la ley.

 

Nuevamente ante el fiscal, las legiones y los esbirros pedían a gritos la crucifixión de aquellas personas. ¡Crucificadles! –se oía decir a los gamberros. Esos eran los inquisidores de todo aquello que desobedeciera la sacra ley de la ignominia y la absurda idiotez de la cobardía. Y eso eran aquellos legionarios y centuriones, aquellos acólitos de la ley, de los jueces, de la prisión, de la injusticia, de la esclavitud y de la sodomita Puta de Babilonia, la legendaria, y la de sus reformadores; unos cobardes que se esconden tras escudos, espadas y lenguas viperinas.

 

¡Crucificadles! –volvían a gritar los pendejos, con lágrimas de emoción y sonrisas de júbilo, esos pobres y quejumbrosos vilipendiados, los idiotas, los monigotes, los peleles, los gozosos, disolutos y ultrajados, los lujuriosos de la violencia.

 

Y el fiscal Chavarría dijo: –Tengo a otros de los vuestros, son gobernantes y poderosos, pero estos os han robado a través de impuestos, os han sobreexplotado en vuestras faenas, os han sometido a la más oprobiosa esclavitud, os han coartado la posibilidad de ser libres, han matado a vuestros hijos y han violado a vuestras hijas, os mantienen ignorantes y pudriendo vuestras entrañas a falta de salud y calidad de vida.

 

Y continuó: –En cambio, aquí tenéis a estos seis que salieron a defender lo poco que tenéis: vuestra seguridad social, vuestros derechos, vuestra libertad, vuestra vida. Estos seis os han prometido un reino nuevo donde os amaréis los unos a los otros, donde os apoyaréis mutuamente, donde seréis infinitamente libres y ya no conoceréis la miseria, ni el hambre, ni la violencia.

 

Entonces –dijo mientras lavaba sus manos–, aquí tenéis pueblo, aquí tenéis legionarios, a dos tipos de personas que han violado el sacro imperio de la ley y del Estado. Por eso os digo: ¿A quién queréis que libere?

 

Y las legiones policiacas y las turbas ignorantes sedientas de embrutecimiento, de pan y circo, gritaban: ¡A los ladrones! ¡A los gobernantes! ¡Soltad a los corruptos! ¡Liberad a los asesinos de nuestros hijos y a los que gozan con violencia de nuestras hijas! ¡Queremos ser ultrajados una y otra vez por esos! ¡Liberadles!

 

Y el fiscal Chavarría, dirigido por la penumbra oscura de un poder maligno y ajeno de este mundo, de la ley, del Estado, exclamó: – ¡Haced lo que la insensata muchedumbre pide! ¡Ah! –exclamó. Y dadles cien días de juegos y dos hogazas de pan, no vaya ser que reaccionen de pronto por lo que han hecho. Dirigió una mirada hacia la masa ignorante y se perdió en los Tribunales.

 

Y la multitud gritaba de júbilo y se amancebaba en una orgía de lujuria por la sangre que iba a derramarse. Ahí estaban los rastreros, los cobardes con lenguas de hiel, con cantos de ángeles que esperan la hora del juicio final. Pero temerosos porque, como está escrito, sus ejércitos serán destruidos y sus templos caerán en tres días y no quedará piedra sobre piedra del imperio de la muerte. Y sobre su polvo se alzará el porvenir de un nuevo día, de un mundo nuevo, donde la libertad y la verdad serán el único gobierno para los justos en aquel reino prometido. El poder caerá con el estrépito de los cometas, el Estado será solo un recuerdo despreciable y todas sus instituciones serán maldecidas y escupidas. Y sus libertinos ignorantes desparecerán con la Gran Ramera y solo la igualdad y el amor, la solidaridad y la libertad serán lo que nazca de la putrefacción de todo lo que hoy existe.

 

Así fue escrito según los fariseos mediáticos y políticos. Así fue profetizado por los caídos con la espada de los cobardes.

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