El modelo espartano en el sistema educativo estatal

José Solano Solano

29 de Junio de 2014

Una introducción seductora

 

En ciertas tardes de lectura, entre la divagación y la reflexión, tratando de maleducar como praxis “educativa”, cualquiera con un compromiso serio podría cuestionarse este sistema que, quizás, perpetúa inconscientemente, o bien que resiste de una forma más que admirable. Plantearse pues, una praxis cultural para el cambio, manifestándose esta como vía o método, difícilmente puede resolverse sin el compromiso claro y contundente que emana de ella. Dicho de otro modo más laxo: convertirse en sujeto transformador de la realidad pasa irremediablemente por la crítica al sistema educativo oficial, visto como depredador del conocimiento significativo y como castrante de la creatividad y la libertad humana.

 

Este breve hincapié permite sugerir un pequeño problema para ser abordado: ¿Cómo se manifiesta el modelo de educación espartana en el sistema de instrucción formal de tipo liberal burgués que se vive en la actualidad? ¿Existe, acaso, relación alguna entre el modelo de educación actual con este griego en particular de la Antigüedad? Estas simples preguntas encierran una hipótesis positiva que se pretende desmenuzar al calor de la simple reflexión. El agudo lector sabrá discernir las líneas siguientes, a la vez que participará en el debate que conlleva, irremisiblemente, a la tarea revolucionaria del cambio, por medio de eso que llaman “educación”.

 

La educación espartana

 

Un primer fundamento que fortalece la hipótesis anterior corresponde a la visión desde el mismo sistema educativo con relación a la instrucción espartana, la cual se niega a sí misma:

 

"Es famosa la educación espartana. El niño desde su nacimiento pertenecía al Estado, quien decidía sobre la vida y la muerte de los nuevos seres. Hasta los siete años estaba con su madre, y a partir de esa edad el Estado se encargaba de su educación, enfocada exclusivamente al adiestramiento militar.

La aportación de Esparta a la cultura ha sido nula." (García; 2007, p. 66)

 

Lo anterior se reserva un hecho reconocido por los historiadores: una Esparta que cultivó, al menos en los siglos VIII y VII a. C., una educación avanzada, donde el deporte (con vanagloriados representantes de los Juegos Olímpicos) y las bellas artes formaban parte de la gama curricular que complementaba la educación militar (Marrou, 2004, pp. 34-37). Las transformaciones que encaminaron a Esparta hacia una formación exclusivamente militarizada, hay que encontrarlas a mediados del siglo VI a. C., cuando una serie de crisis internas de tipo político, traerán el fortalecimiento de la clase guerrera en el Estado por dos causas fundamentales; por un lado, el relevo de la dirigencia, por otro el sofocamiento de las revueltas de las capas bajas como síntoma del debilitamiento político. Siguiendo a Marrou, “la tiranía supone, precisamente en esta época, una etapa decisiva” (2004, p. 38). Esto porque permitió afianzar su condición de hegemonía política frente a Atenas, aprovechado magistralmente por Licurgo en su famosa reforma jurídica que influiría definitivamente en el quehacer pedagógico espartano.

 

Así las cosas, en el momento que Esparta abandona el clasicismo griego para convertirse en un estado autoritario y militar, la educación se determina en el nuevo contexto histórico. Las necesidades de la guerra, sumado a una decadencia intelectual, motivarían el endurecimiento pedagógico del menor, iniciado por las prácticas eugenésicas: o nacían los niños de aspecto lozano o eran arrojados a la muerte. Después de este primer filtro, el menor pasaba hasta los siete años en el seno del hogar hasta que transitaba al poder del Estado (Ponce, 1993, p. 55; Marrou, 2004, p. 39; Gallo, 2013, p. 72).

 

Serán pues, las mencionadas leyes de Licurgo las que establecerán la rigidez castrense en la formación de los niños y adolescentes porque, según Gallo (2013), “el estado no estaba al servicio del ciudadano, sino el ciudadano del estado, y éste disponía del joven espartano desde su nacimiento” (p. 71). El estado, al igual que hoy, se apoderaba de la vida y de la libertad humana en beneficio de sí mismo y de la clase privilegiada, cuya apropiación abarca a los menos favorecidos. Así lo plantea Ponce (1993), al afirmar que

 

“el carácter de clase de la educación espartana se muestra a los ojos de todos. Sociedad guerrera, formada a expensas del trabajo del ilota y del comercio del perieco, Esparta poseía y gastaba el fruto del trabajo ajeno. Íntegramente dedicado a su función de dominador y de guerrero, el espartano noble no cultivaba otro saber que el de las cosas relativas a las armas, y no sólo reservaba para sí dicho saber sino que castigaba ferozmente en las clases oprimidas todo intento de compartirlo o apropiarlo.” (p. 57)

 

Por lo anterior, no es de extrañar que los intentos de sublevación campesina fueran ferozmente reprimidos, tal fue el caso de las rebeliones ilotas de 464. El estado, por tanto, se convirtió en el instrumento de dominación, donde “por un lado la educación reforzaba el poder de los explotadores, frenaba por el otro a las masas explotadas” (Ibíd.).

 

Debe entenderse, pues, que la educación militar espartana era un bien exclusivo de la aristocracia. Las clases subyugadas por esta solo llevaban a cabo intentos de liberación, de decir su palabra como sujetos históricos. Como podrá analizarse, esta formación militarizada se instaurará a lo largo de los siglos XIX y XX en los regímenes europeos como ideal a seguir para la satisfacción de las necesidades de la maquinaria industrial capitalista. Esta pedagogía espartana se mantiene como eje de la educación del presente siglo y como esencia de los modelos mercantiles del sistema de formación estatal.

 

El estado y la educación actual

 

¿Acaso no halla el lector las similitudes con el sistema educativo del siglo XXI? ¿Acaso las hipótesis planteadas no revelan una verdad que ahora se muestra palpable? El estado, como figura de organización social y de opresión, con las excepciones espacio-temporales que no pretenden hacer caer al lector en posibles anacronismos, es el reflejo de las contradicciones presentes en el seno de las relaciones humanas por el poder.

 

Hasta el día de hoy, el sistema educativo es parte del proyecto de Estado. La función es controlar a los habitantes por métodos cuantificables con el fin de seleccionar a los más aptos. Esta práctica eugenésica actual se asemeja a la espartana, que si bien no es tan violenta como aquella de llevar a la muerte a los menores, sí es igual de aberrante, pues asesina la creación y la libertad del ser, y esta implica, en última instancia, una muerte en vida. La función del Estado es legitimar la existencia de las capas sociales, donde los aptos conformarán el grueso de la intelectualidad, el poder y la gobernanza, mientras que los asesinados culturales, serán la mano de obra barata y castrada del conocimiento, de la palabra y de las posibilidades de acción política.

 

Marrou (2004) asegura que “todo se sacrifica al bienestar y al interés de la comunidad nacional: ideal de patriotismo, de consagración al Estado hasta el sacrificio supremo” (p. 42), lo cual no es otra cosa que la consagración a la estructura de dominación económica subyacente al interés del estado como tal. Esta moral cívica ha sido también el proyecto de los estados modernos, pues “la virtud espartana exige, como decía Mussolini, un «clima duro»: en ella existe un puritanismo confesado, un rechazo de la civilización y de sus placeres” (Ibíd.) y, sigue el autor, que en Alemania “desde K. O. Müller (1824) a W. Jaeger (1932), la erudición alemana exaltó la educación espartana con admiración apasionada […] que no ha cesado de nutrir el alma alemana, desde la Prusia de Federico II, Scharnhorst y Bismarck, hasta el Tercer Reich nazi” (p. 43).

 

Actualmente, el sistema educativo de estado se apropia de los niños, tal y como lo hacía en la época espartana. Incluso, el modelo de desarrollo actual se plantea la necesidad de apropiarse de ellos en edades aun tempranas. Sin embargo, es entre los seis y siete años cuando los niños pasan a ser propiedad y de formación exclusiva de la organización estatal. La transición de la niñez lúdica a la imposición productiva es parte del proyecto de dominación social de quienes ostentan el poder a través de la máquina del Estado. Afirma Ponce (1993) que la llegada del sistema de producción capitalista se planteaba nuevos objetivos, “formar individuos aptos para la competencia del mercado, ese fue el ideal de la burguesía triunfadora” (p. 179), por ello esta nueva clase jamás habría logrado negar la educación pues, como dijera Sarmiento, “el asalariado no hubiera podido satisfacer a su patrón si se hubiera quedado al margen de una instrucción elemental” (Ponce, 1993, pp. 192-193).

 

Por lo tanto, la función de la escuela como aparato ideológico y reproductivo del statu quo, es la homogenización del pensamiento económico dominante. La vieja formación de guerreros es hoy, por un lado, la de los esbirros del sistema y por otro, la de su masa de asalariados. Educar por competencias es la eugenesia que hoy asemeja a la de la antigua Esparta, pues lo único que interesa es la productividad real del “sujeto educado”. El sistema capitalista necesita un mínimum de saberes en el individuo, una calificación o competencia básica para el manejo de la máquina, mas de él no requiere la erudición del conocimiento, mucho menos el análisis crítico que deriva de él y que lleva, más temprano que nunca, a su concienciación como objeto de la explotación sistémica.

 

Conclusión: el espartano del siglo XXI

 

Hoy, el guerrero espartano, es sustituido por el obrero, el campesino, el trabajador informal o el subempleado. Bajo las mismas condiciones que en la Antigüedad, el nuevo soldado de la fábrica, de la maquila, del call center, de la explotación como ser humano, requiere de la especialización de su trabajo. El arma es la herramienta o la máquina a la que se ve sujeto durante la jornada laboral, no interesa que conozca más allá que el arte de la guerra del mercado (o de producir a bajo costo), que sepa lo exclusivo de su trabajo y que no tome acción sobre su realidad. Un asesino literalmente asueldo, deshumanizado como el soldado real que bombardea ciudades, que lucha contra otros para ser explotado cada día que pasa y que entrega su vida a la causa falaz e imaginaria del estado, mal llamada desarrollo económico, progreso social o patriotismo.

 

El guerrero-trabajador actual ha sido tomado por el estado desde su infancia, lo ha educado inculcando las nefastas ideas de la clase dominante, lo ha atado al proyecto de la explotación del ser humano sin percatarse de ello. Lo lleva tan interiorizado que incluso lo legitima como una verdad ineludible y natural, e incluso mantiene su propia explotación material (impuestos, salario) y espiritualmente (patriotismo, civilismo) como una forma de aceptación sin mayor cuestionamiento.

 

Referencias

 

Gallo, Rosana. 2013. Grecia y Roma. Algunas cuestiones sobre el derecho mercantil y penal a través de la historia y la literatura. Editorial Dunken: Argentina. Consultado en: http://books.google.es/books?hl=es&lr=&id=7ydfdNXIfJoC&oi=fnd&pg=PA69&dq=educacion+espartana&ots=pSV9mI2sKg&sig=wVbEE7hZDxpxDWg7hF8lEbOaDkg#v=onepage&q=educacion%20espartana&f=false

 

García, Luis. 2007. Cultura y Civilización 1. Colegio Internacional Eirís: España.

 

Marrou, Henry Irenee. 2004. Historia de la educación en la Antigüedad. Ediciones Akal: España. Consultado en: http://books.google.es/books?hl=es&lr=&id=0YOyTisRNuQC&oi=fnd&pg=PA5&dq=educacion+espartana&ots=W6_OiSmPDu&sig=LduyTs9NPSFzyi36MT6h7tHd-v0#v=onepage&q=educacion%20espartana&f=false

 

Ponce, Aníbal. 1993. Educación y lucha de clases. Editores Mexicanos Unidos: México. 

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